Aestas alturas de la temporada, cuando aún no se ha alcanzado el ecuador de la Liga, hablar de partidos definitivos es un poco exagerado. Las finales se juegan en primavera, no en otoño. Con todo, el Barcelona afronta esta noche una situación de máxima presión.
El Real Madrid, próximo huésped del Camp Nou, ganó ayer su partido contra el Sporting y tiene provisionalmente siete puntos de ventaja sobre el conjunto azulgrana, que hoy visita nada más y nada menos que Anoeta, un territorio que se le ha dado rematadamente mal en el último lustro.
En la 12-13, los azulgranas sucumbieron en la prolongación (3-2). En la 13-14, el 3-1 evidenció el divorcio entre Xavi y Martino. Y Lucho guarda pésimos recuerdos de sus experiencias ante la Real como visitante. En su primer curso (1-0) como técnico culé, enfadó a Messi y a punto estuvo de verse en la calle, mientras que el año pasado incluyó el clásico traspié en Anoeta (1-0) en una sucesión de dramas que pudo haberle costado la Liga.
"No me interesa el pasado. No tiene ninguna importancia de cara a lo que vaya a pasar mañana", despachó ayer el asturiano, en una muestra clara de los fantasmas que le despierta el estadio de la Real Sociedad. El "partidito de Anoeta", como definió él mismo hace unos días, aparece en el calendario con su equipo bordeando el límite. Todo lo que no sea vencer ante los de Eusebio supondrá todavía más tranquilidad del Madrid con vistas al Clásico.
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